Min. Oscar Mata
LUMBRERAS EN LOS CIELOS
Hasta el tercer día de la Creación, la tierra era iluminada por la luz que Dios creó en el primer día.
La vida ya estaba presente a través de la vegetación, por lo que era necesario crear el ambiente idóneo
para sostener la vida sobre el planeta, previo a crear a los animales y luego al ser humano.
Fue así como “Entonces dijo Dios: "Haya lumbreras en la bóveda del cielo para distinguir el día de
la noche, para servir de señales, para las estaciones y para los días y los años. Así sirvan de
lumbreras para que alumbren la tierra desde la bóveda del cielo." Y fue así. E hizo Dios las dos
grandes lumbreras: la lumbrera mayor para dominar en el día, y la lumbrera menor para dominar en
la noche. Hizo también las estrellas. Dios las puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la
tierra, para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que esto
era bueno. Y fue la tarde y fue la mañana del cuarto día” (Génesis 1:14-19)
Dios dio la orden de que hubiera lumbreras en los cielos, lo que además del sol y de la luna incluía a
las estrellas. Dichas lumbreras no sólo alumbraban, sino que servirían para separar el día de la noche y
para ser por señales de las estaciones, días y años.
En el cuarto día, al cual hoy se conoce como miércoles, Dios hizo todo el universo con su conjunto
de sistemas de rotación de unos astros sobre otros y sobre su mismo eje. La Escritura nos indica que
hizo también las estrellas, lo cual significa que fue hasta en ese día cuando Dios hizo todas las galaxias
y no solamente el sol, la luna y las estrellas que alcanzamos a ver. Alrededor del sol giran planetas, por
lo que fue en el cuarto día cuando la tierra y el sistema solar se unieron.
El sol a partir de ese momento, tomó dominio sobre el día, mientras que la luna sirvió para reflejar
la luz solar, provocando una leve iluminación durante la noche, apartándose así la luz de las tinieblas.
Así lo entendió el historiador judío Flavio Josefo cuando escribió: “El cuarto día adornó el cielo
con el sol, la luna y los demás astros, y les señaló sus movimientos y sus cursos, para que indicaran
las vicisitudes del tiempo y las tempestades.” (Flavio Josefo, Antigüedades de los Judíos, Tomo I,
página 9).
Debido al señorío que los astros tienen sobre el día y la noche, el resplandor del sol y la hermosura
de la luna, poco tiempo después del diluvio, justo con el inicio del paganismo, los seres humanos
empezaron a adorar a las lumbreras hechas por Dios, lo cual fue abominable ante los ojos del Eterno.
Job habló al respecto de esta adoración a los astros: “Si he mirado al sol cuando resplandecía, Y á la
luna cuando iba hermosa, Y mi corazón se engañó en secreto, Y mi boca besó mi mano: Esto también
fuera maldad juzgada; Porque habría negado al Dios soberano” (Job 31:26-28 RV1909).
Entre los mandatos que Dios dio a su pueblo, está la prohibición de adorar a los astros: “No sea que
al alzar tus ojos al cielo y al ver el sol, la luna y las estrellas, es decir, todo el ejército del cielo, seas
desviado a postrarte ante ellos y a rendir culto a cosas que Jehovah tu Dios ha asignado a todos los
pueblos de debajo del cielo” (Deuteronomio 4:19).
Hasta hoy, los astros continúan siendo objeto de culto y se considera que controlan el destino de los
seres humanos. Dios desecha a los astrólogos y a los que los consultan, por lo que todo hijo de Dios
debe abstenerse de consultar horóscopos y a la astrología en general: “No sea hallado en ti quien haga
pasar su hijo ó su hija por el fuego, ni practicante de adivinaciones, ni agorero, ni sortílego, ni
hechicero” (Deuteronomio 18:10 RV1909).
En el plano espiritual, el sol representa a Jesucristo, el “Sol de justicia”, quien así como el calor del
astro y su luz, hace nacer y crecer a las plantas, a través de la fotosíntesis, Jesús en su venida resucitará
a los que hayan vivido conforme a la voluntad de Dios, tal como está escrito: “Mas á vosotros los que
teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salud: y saldréis, y saltaréis como
becerros de la manada” (Malaquías 4:2 RV1909); “Y también le dio autoridad para hacer juicio,
porque él es el Hijo del Hombre. No os asombréis de esto, porque vendrá la hora cuando todos los
que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán, los que hicieron el bien para la resurrección de
vida, pero los que practicaron el mal para la resurrección de condenación” (Juan 5:27-29).
El sol también representa al Reino soberano de Cristo y la luna representa la duración permanente
de ese Reino: “Una vez he jurado por mi santidad, Que no mentiré á David. Su simiente será para
siempre, Y su trono como el sol delante de mí. Como la luna será firme para siempre, Y como un
testigo fiel en el cielo” (Salmo 89:35-37).
Las estrellas representan a todos los hijos de Dios, adheridos a las promesas dadas por Dios a
Abrahán y su simiente, la cual es Cristo, los que deben alumbrar el camino de los descarriados para que
se acerquen al Sol de justicia (“de cierto te bendeciré y en gran manera multiplicaré tu descendencia
como las estrellas del cielo y como la arena que está en la orilla del mar. Tu descendencia poseerá las
ciudades de sus enemigos” (Génesis 22:17); “A Abraham fueron hechas las promesas, y á su simiente.
No dice: Y á las simientes, como de muchos; sino como de uno: Y á tu simiente, la cual es Cristo. Y si
vosotros sois de Cristo, ciertamente la simiente de Abraham sois, y conforme á la promesa los
herederos” (Gálatas 3:16, 29 RV1909).
Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte
no puede ser escondida. Tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo de un cajón, sino
sobre el candelero; y así alumbra a todos los que están en la casa. Así alumbre vuestra luz delante de
los hombres, de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos” (Mateo 5:14-16). En ese sentido, los que han sido iluminados, apartados, santificados y que dan
fruto, se constituyen en luminarias, pues son adheridos al proceso de discipular, cumpliendo así el
mandato del Señor de llevar esa luz a los que viven en oscuridad: “Por tanto, id y haced discípulos a
todas las naciones…” (Mateo 28:19).
Querido hermano, es tiempo de que como lumbreras puestas por el Señor cumplamos con nuestro
papel iluminador, para que la luz de Jesús brille en todo lugar en los corazones de los que han de ser
redimidos.